Sí, tal vez ahora estamos más informados que nunca acerca de qué compramos y qué comemos. Pero lo cierto es que, aunque la ley ha ido obligando a los fabricantes a incluir todo tipo de información en las etiquetas de los alimentos, no siempre somos muy conscientes de lo que estamos leyendo.
Y eso es muy importante, no tanto para comprar o dejar en la estantería el producto (ya sabes que en Rythmo no creemos mucho en eso de los alimentos prohibidos), como para hacer una elección consciente. Es decir, que cuando leemos “light” en la etiqueta sepamos que no quiere decir que tenga pocas calorías o que si pone “artesanal” o “receta de la abuela” seamos conscientes de que no significa básicamente nada.
Así que vamos a darte algunos consejos respecto a cómo interpretar la información que suele venir en las etiquetas.
Te contamos las claves:
- Habla el idioma de los ingredientes: vienen por orden de mayor a menor cantidad. Así que, ya sabes, si tienes un paquete de ensaladilla y ves que la patata aparece en decimoséptima posición… quizá no estés comprando lo que tú crees.
- Porciones: un dato bastante importante porque la información nutricional suele ponerse en base a la porción establecida. ¿El problema? Que la cantidad de cada porción la decide el fabricante, con lo que puede que la porción de 3 patatas fritas no sea la que realmente te sueles comer cada vez que abres la bolsa. ¿O sí?
- Calorías, Grasas y Azúcares: la realidad es que el número de calorías no es un factor diferenciador de si un producto es saludable o no. Al igual que las grasas o azúcares. El tipo de grasas o azúcares es la clave. Puede que un puñado de frutos secos tenga calorías, pero provienen de grasas monoinsaturadas y poliinsaturadas, muy interesantes nutricionalmente. Al igual que el aguacate o el aceite de oliva virgen extra, por ejemplo.
- Sellos atractivos: Ya sabes, esos que ponen bien llamativo “light”, “natural” “0% materia grasa” o “sin azúcares añadidos”. Es verlos y dan ganas de comprarlo todo, pero lo cierto es que quizás estes comprando y consumiendo un alimento pensando que es más saludable de lo que en realidad es. Porque uno tiende a pensar “pues si tiene 0% de azúcares añadidos, es que no tiene azúcar”, pero no es ni mucho menos así. Piensa en los zumos, por ejemplo. Lo mismo pasa con BIO o ecológico: no son sinónimo de sano ni de más nutritivo, si no que tiene más que ver con su forma de producción. Puedes compra una miel ecológica y respetable con el medioambiente, pero no deja de ser miel, con muchísimo azúcar, y su consumo debería ser muy moderado.
- Los ultraprocesados: esos que tienen tropecientos ingredientes en la lista. Y entre ellos, azúcares, grasas, sal, conservantes, colorantes, potenciadores de sabor… todas esas cosas que actúan en nuestro organismo y en nuestro cerebro casi como una “droga”, aportándonos una satisfacción automática pero no demasiado saludable. Lo cierto es que cuantos menos ingredientes tenga una etiqueta, mejor será.
Hay aplicaciones móviles que, escaneando el producto en cuestión, te dicen si son interesantes o no nutricionalmente. Pueden ser muy útiles pero, como siempre, nosotros te proponemos usar una regla aún más simple: intenta sustituir la mayor parte de productos procesados de la cesta de la compra por alimentos frescos y cocinados en casa. Esa será siempre serán la mejor opción.
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